lunes, 7 de septiembre de 2015

Una mirada sobre Zurbarán

Por estas fechas quedan sólo unos días para que la exposición, ZURBARÁN. UNA NUEVA MIRADA, cierre sus puertas. Está organizada por el Museo Thyssen de Madrid y comisariada conjuntamente por Odile Delenda, especialista en el artista y Mar Borobia, Jefe de Pintura Antigua del Museo. Constituye una excelente oportunidad de ver obras de este gran pintor español barroco nunca antes expuestas en España, algunas inéditas o recientemente recuperadas. También para disfrutar de toda su trayectoria que abarca desde sus primeros encargos hasta el periodo de madurez.

La muerte de san Pedro Nolasco, 1634
La exposición se divide en seis apartados: Los inicios. Primeros conjuntos; Los conjuntos. 1630-1640; Pinturas aisladas. 1628-1650; Francisco y Juan de Zurbarán. Bodegones; Obrador y seguidores; y La plena madurez. El legado del artista. 1650-1662. Francisco de Zurbarán fue un pintor contemporáneo de Velázquez de enorme éxito en su tiempo y de gran talento, que se formó en Sevilla, y que muy joven abrió un taller en Llerena, primera etapa de la que casi no se conservan obras. En 1629 se estableció con su familia y ayudantes en la ciudad bética, uno de los dos centros más importantes de la pintura de la época, junto con la corte, donde trabajaría en 1634 y en los últimos años antes de su muerte en 1664.

Santa Casilda, 1635
Referirse al éxito de la pintura de Zurbarán es destacar la enorme demanda de sus obras por la clientela más destacada de la época, la Corte, y sobre todo, la Iglesia. Las órdenes religiosas necesitaban decorar los numerosos conventos con las historias sagradas y la vida de los santos. La devoción privada necesitaba igualmente de imágenes para las casas y las capillas de los palacios. A ello se une la demanda de obras de arte de las colonias americanas. Esto se explica porque el artista estuvo socialmente bien relacionado con personalidades de los distintos ámbitos que le llevaron a una continua producción.

San Francisco en meditación, 1639
El artista extremeño supo, por otra parte, expresar mejor el sentimiento religioso y los postulados del Cocilio de Trento, que tenían en la pintura a uno de los medios de transmisión más eficaces. Con el tiempo recibió el sobrenombre de pintor de monjes, un título adecuado para Zurbarán, cuando su época más brillante se corresponde con la década entre 1630 y 1640, por la calidad y cantidad de trabajos, entre ellos para numerosos conventos e iglesias. Sería injusto verle exclusivamente desde esta perspectiva, porque también trató el tema mitológico, el histórico y el bodegón, del que es un consumado maestro. La exposición acierta a confrontarle con los realizados por Juan de Zurbarán, su hijo y colaborador.
Carnero con las patas atadas, 1632
De la misma manera, la muestra madrileña avanza en el conocimiento de Francisco de Zurbarán, al interesarse por su obrador o taller, que debía ser numeroso y excelentemente cualificado. Por este motivo se han reunido por primera vez algunas pinturas de los más estrechos colaboradores como Juan Luis Zambrano, los hermanos Polanco, Francisco y Miguel, el pintor de origen flamenco, Ignacio de Ries, el Maestro de Besançon y Bernabé de Ayala. Por otra parte, el visitante y el aficionado al arte a lo largo del recorrido, puede comprobar la calidad del estilo del artista. Sobrio y sencillo en la interpretación de los temas y personajes. Composiciones solemnes y tranquilas. Formas contundentes definidas por una intensa luz. Extraordinario tratamiento de los objetos, especialmente las telas. También de su transformación en las última etapa hacia una pincelada más suave y una luz menos directa.