domingo, 15 de marzo de 2015

Dos obras maestras de pintura barroca

Tentación de Santo Tomás de Aquino, Velázquez, Museo Diocesano de Orihuela, 1632
La exposición A SU IMAGEN. ARTE, CULTURA Y RELIGIÓN, que se exhibe en el centro Fernán Gómez del Ayuntamiento de Madrid reúne un conjunto de obras de arte de pintura y escultura provenientes de museos y colecciones privadas. Debido a este origen muchas de ellas son difíciles de ver por el gran público. La muestra tiene un importante componente religioso al ser organizada por la Conferencia Episcopal Española y el Arzobispado de Madrid. El aspecto artístico resulta relevante en un conjunto de obras. Ahora que estamos a punto de iniciar el estudio de la pintura barroca destacaría dos ejemplos sobresalientes: la Tentación de Santo Tomás de Aquino, de Velázquez y la llamada, In Ictu Oculi, de Valdés Leal.


Se cree que la Tentación fue pintada por Velázquez después de su primer viaje a Italia. Llegó al Real Colegio de Santo Domingo en 1633 como donativo de Fray Antonio de Santo Domingo, confesor de Felipe IV y protector del mismo. El estilo del pintor sevillano corresponde a ese momento en el que el autor ha estado en contacto con el clasicismo en Italia, una huella que se observa también en La Fragua de Vulcano (1630). Capta el momento preciso en el que el santo logra superar la tentación provocada por una mujer, confortado por dos ángeles, que van a premiar su castidad. Destaca sobre todo la belleza espacial. Un primer plano con el leño encendido y los libros; un segundo con tres personajes formando un aspa cuyo centro es la cabeza del santo; y un tercero, con la puerta abierta y la mujer tentadora que huye.


In Ictu Oculi, Juan Valdés Leal, 1671
El título de la obra de Valdés Leal, In Ictu Oculi, corresponde a un texto de San Pablo. Fue pintada para la iglesia del Hospital de la Caridad de Sevilla en 1671, dentro de un programa iconográfico establecido por su fundador, Miguel de Mañara. Forma pareja con otra pintura del sotocoro, Finis Gloriae Mundi. El significado de la misma alude a la fugacidad de los méritos, los cargos y el conocimiento humano que no se pueden sobreponer a la llegada de la muerte, que en un instante apaga la llama de la vida. El artista muestra un estilo plenamente barroco. Valora el contraste entre la luz y la oscuridad para ser más efectivo el mensaje para aquellos aristócratas, los miembros de la hermandad, que debían entregar sus esfuerzos a la caridad. De la misma manera, la captación adecuada de las texturas de los objetos, por el empleo preciso del color. Éstos de manera dinámica se esparcen en un primer nivel a los que acompaña la alegoría de la muerte en forma de esqueleto adaptándose al espacio, al marco superior curvo.

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