La Galería de las Colecciones Reales presenta la exposición, SOROLLA, CIEN AÑOS DE MODERNIDAD, con motivo de su centenario, y que ha sido recientemente prorrogada hasta abril de este año. Una oportunidad para contemplar un conjunto de 77 obras originales del autor a lo largo de su carrera, comisariada por la bisnieta del autor, siendo un conjunto significativo las que provienen de su casa y museo madrileño, aprovechando las obras de su rehabilitación; otras, en cambio, proceden de las más renombradas instituciones que las atesoran. Incluye, además, un espacio con los hitos más importantes de su biografía. Se inicia con su retrato en mármol de Mariano Benlliure, que nos informa del éxito que tuvo en su tiempo a comienzos del siglo pasado, y su pleno atractivo en la actualidad. Sorolla fue huérfano, educado por sus tíos, para mostrar pronto su talento. Pensionado en Roma, tuvo a los grades maestros como referencia para su concepción de la pintura, muchos de ellos estudiados en el Museo del Prado.
La exposición se organiza en cinco grandes apartados, tanto temáticos como cronológicos: Rumbo al éxito; El mar, siempre nuevo; Sentir el retrato; Visión de España; Del paisaje al jardín. El escritor Blasco Ibáñez le llamó el pequeño Velázquez, pues sabía unir la verdad de los antiguos maestros, con la seguridad, frescura y brillantez de su pincelada. El éxito lo inició en Madrid, tras una obra centrada en la realidad cotidiana y en las injusticias sociales, que se han convertido en emblemáticas de su trayectoria. Los premios conseguidos en exposiciones y salones le llevaron a la cima de su carrera en 1900. Observamos, así, en el primer apartado pinturas como La vuelta de la pesca o El boulevard de París, que no se había visto nunca en público. Sorolla supo captar como nadie la luz de Valencia, la ciudad de su nacimiento, para incorporarla a su paleta para siempre. El artista trabajó largas jornadas sobre la arena de la playa demostrando su amor hacia el mar Mediterráneo, al litoral español. Crea, es esta forma, un estilo y una temática propia que le identifica.
Sus pinceles capturaron la vida de los pescadores; de las gentes, especialmente niños y adolescentes bañándose, desde diversos ángulos, jugando o secándose, dando importancia a la pose que recuerda el clasicismo; a los distintos tipos de luces, la de la mañana, la intensa del mediodía, la más dorada del atardecer. Además, de la calidad y los efectos del agua, especialmente el de Jávea. En cambio, el litoral del norte de España, es más propio para el turismo elegante, el único existente en la época, que practicó el mismo artista y su familia. Si hay un apartado que recuerde a los grandes maestros antiguos, es el del retrato, donde captura un momento efímero, donde las miradas de cruzan con el espectador, a partir de su trazo firme. Son numerosos aquellos que capturan a la familia, su mujer individualizada y sus tres hijos, de la misma manera, y en grupo. También de personajes relevantes de la sociedad de su tiempo, como los premiados con el Nóbel y clientes de la alta sociedad.
En este punto del recorrido se puede visitar la sala de su biografía, compuesta de paneles iluminados y proyecciones de sus fotografías. Al fondo una de gran tamaño muestra el momento en el que el mismo rey Alfonso XIII, está posando al aire libre para el pintor. Recordar la fama que tuvo en la primera década del siglo XX. Una fama que se va a extender a EEUU por el encargo para decorar la Hispanic Society, que le llevará varios años recorriendo y pintando por las distintas regiones de la Península. Constituye el apartado, Visión de España, cuando retrata también a sus gentes con los trajes típicos de la época. Unas semblanzas pictóricas imbuidas de espíritu regeneracionista, que reforzará con los numerosos paisajes naturales y urbanos, tan diversos de luces y de formas de nuestro territorio. Luego, al final de su vida, el tema principal será el jardín de su casa madrileña. Sorolla afirmará que no tiene una receta que defina su pintura, salvo que es expresión del alma.
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